El calor a todo lo que da, y ni las tres cuadras que hay que caminar so riesgo de ensuciarse el vestido nuevo, ser atropellado por los ríos de entusiastas patriotas armados con banderita tricolor, elote con chile y trompeta plástica, impiden que como cada año, hagan la peregrinación anual al balcón de palacio de gobierno en Chetumal, para oír “el Grito”.
Para quienes no viven en este rincón de la Patria, ese que llaman aquí balcón, más que balcón es un corredor panorámico que mucho tiene de alto pero nada de funcional y menos cuando toda la corte burocrática que crece día a día, los empresarios locales de rancio abolengo, los emisarios del pasado, invitados especiales, artistas, intelectuales tropicales, la nube imprescindible de reporteros y fotógrafos y las fuerzas vivas que sostienen a la estructura gobernante se arremolinan para asomarse por entre los pilares, para desde ahí, más que ver, ser vistos, no por la turba y gritería que se concentra en la explanada, sino por el gobernante en turno, que minutos después dará con brío y gallardía “el grito” la noche del 15.
Un calor asfixiante, que se alimenta de los vapores de una lluvia recurrente en medio de la selva.
No importa ni que la guayabera de lino fronterizo se arrugue como chicharrón placero; ni que el maquillaje se corra por el bochorno, mucho menos los apretones y los 15 minutos de convencimiento con los guardias, que desde las escaleras impiden que aquello se vuelva intransitable, el chiste es estar ahí, en el primer piso de palacio.
Porque contrariamente a lo que se podría esperar, esa noche mas alto no es mejor, al contrario, el abismo entre piso y piso indica a propios y extraños, la lejanía con el régimen en turno, recuerda el nivel en el escalafón o peor aún, impide que de pasadita, se pueda hacer aquella gestión que esta pendiente y que tanto apremia. Nunca en todo el año, el nivel en que te ubiques es tan importante.
Tanta es la afluencia del paisanaje que se empeña en observar el tumulto patrio, que a alguien se le ocurrió esparcir el rumor que el primer piso podría derrumbarse debido al peso acumulado de los generalmente ebúrneos y tropicales asistentes en kilos y por los años, tampoco de los especímenes del pasado que se empeñan en seguir arremolinándose en cuanto evento público haya, sea importante o no, sino del vetusto edificio que mirando a la Bahía es sede del Ejecutivo local.
Una posibilidad de tan inseguras e inverosímiles proporciones, porque ya parece que se puede exponer a toda la clase gobernante a venirse a bajo ante la mirada impávida de los héroes que nos dieran patria y libertad y de la turba sorprendida.
Pero así ni están todos los que son, y menos los que quieren parecer; en democrático escalafón gubernativo cercanos y poderosos, influyentes y sofisticados, sudados eso sí todos.
Los de arriba y los de abajo, en la plaza o en las calles, los venteros de marquesitas y fruta picada. Todo espolvoreado con talco y queso de bola rallado. Lo regional se dice aquí.
Pero qué más da, que lo que importa es estallar en júbilo nacionalista en sabores picantes y papelitos voladores, en sones de mariachi y artificios de colores, en fritangas, dulces y hot dogs, que poco tienen de mexicano, pero ya en la bola ni se nota, más aquí que se han empeñado en hacerlos autóctonos y empanizadamente grasientos.
Este el año del Bicentenario, los festejos se antojaban como siempre, región 4; sin embargo, habremos de festejar la Independencia con amenaza de Tormenta, que llegará por ahí del medio día y que habrá de agregar un ingrediente adicional a los recuerdos de estas fiestas.
Que lo bueno es jolgorio y en grande, unos arriba y otros abajo, que al final todos somos mexicanos, nada más que como dirían los que apostados desde el primer piso observan hacia lo alto no a los cohetes y voladores, sino a quienes no alcanzaron lugar entre ellos, que bueno que aquí como en todo el país, todos somos iguales, nada más que unos más iguales que otros.
Así es el devenir de la república, discursos e himnos que se pierden en la gritería y el murmullo inteligible de quienes sólo pretenden rendir pleitesía a la cerveza, heroína verdadera de gestas, hazañas y pendencias.
Este grito pasara y como ha sido desde hace años, los héroes, dioses y semidioses volverán a los nichos que siempre ocupan a empolvarse un año más… que para el próximo, ya Dios dirá…